martes, 17 de mayo de 2016

El misterio de las emociones




¿Qué es una emoción?

Pocos saben responder a esta pregunta, incluso psicólogos, pero claro, no es tan sencillo. La realidad es que las emociones nos acompañan desde tiempos inmemoriales, incluso desde antes de que existiesen las palabras, quizás por eso es tan complicado hacer una buena definición, de esas que nos gustan  todos.
 En cualquier caso, yo creo que la mejor forma es experimentarla, siendo conscientes de que está ahí, y sintiendo cómo forma parte de nuestro cuerpo y nuestro comportamiento, por ejemplo: Piensa en una playa: El mar azul, el cielo despejado, el horizonte infinito, escuchas las olas con su suave vaivén, sientes la arena caliente en tus pies descalzos, notas el sabor a sal en la boca y el olor a mar en la nariz; te diriges hacia el agua y al andar notas un ligero balanceo de tu cuerpo.
Quédate con esta imagen por un par de minutos. ¿Qué sientes?
Repite el mismo ejercicio con esta imagen: Piensa en un ser querido. Un día, sin avisar, vendrá la muerte y se lo llevará y nunca más volverás a verlo" ¿Qué sientes?

¿Qué diferencia hay entre estas dos historias? Ya habrás notado que entre una y otra la emoción es totalmente diferente ¿pero, por qué? Formulemos de nuevo la pregunta ¿para qué necesito sentirme de una manera o de otra? Nos metemos en lo profundo de nuestro cerebro y encontramos un lugar donde se llevan produciendo emociones desde hace muuuuucho tiempo. Han dirigido nuestro comportamiento, a veces de manera inteligente y otras no tanto, de manera básica, para obtener placer y huir de lo que nos disgusta. Pero existen otras áreas más jóvenes que procesan la emoción, dando un valor a la experiencia emocional. Así por ejemplo, tendemos a evitar pensar en la imagen del niño, porque nos pone en un estado emocional desagradable, en cambio no nos importa estar un ratito más en la primera imagen ya que nos produce placer.

Pero ¿cómo funciona una emoción para hacerme sentir bien o mal? neurotransmisores y hormonas viajan por nuestro cuerpo cambiando nuestro latido, músculos, piel, ojos,... todo lo que encuentra por su paso, siempre en sintonía con la emoción que lo generó.

Las emociones provienen de la parte más primitiva de nuestro cerebro y determinan de alguna manera la calidad de nuestra existencia. Se dan en todas las relaciones que nos importan: en el trabajo, con nuestros amigos, con los miembros de nuestra  familia y en nuestras relaciones más íntimas. Pueden salvarnos la vida en un momento dado, pero también hacernos mucho daño. Pueden llevarnos a actuar correctamente, pero también conducirnos a situaciones no deseables. Las emociones nos suceden, no las escogemos. Van y vienen, no estamos continuamente paralizados por la emoción.

La tristeza es una emoción que puede durar mucho más que las demás, por lo que puede llevar a periodos de depresión o de caídas en el estado de ánimo si esta fuera de control.
El aprendizaje condicionado de una emoción como el miedo es especialmente resistente, puede que imborrable. Eso tiene un lado bueno y otro malo: por una parte, a nuestro cerebro le resulta muy útil conservar recuerdos de los estímulos y situaciones que en el pasado se vieron asociados al peligro (serpientes, alturas…). Lo malo es que esos recuerdos tan potentes pueden “infiltrarse” en situaciones donde no resultan especialmente útiles, haciéndonos ver como peligrosas situaciones que en realidad no lo son. Ahí es cuando pueden surgir miedos irracionales (también conocidos popularmente como fobias) o problemas de ansiedad.

La ira es la emoción más peligrosa para los demás, dado su potencial de violencia (verbal o física).Uno de sus características más peligrosas es que la ira provoca más ira, con lo que el ciclo puede entrar en una rápida escalada. Puede incluso brotar cuando la provocación a ojos de terceras personas es leve. Cuando estamos irritables, lo que solo nos habría fastidiado un poco en situaciones normales, nos pone furiosos.
El sistema de señales emocionales está siempre encedido y listo para propagar instantáneamente cualquier emoción que sintamos. Dos emociones pueden darse en rápida sucesión, una y otra vez (tristeza y alegría, sorpresa y miedo…). También pueden fundirse en una mezcla, pero es más frecuente lo primero.

Importancia de la Emoción
La emoción es una reacción afectiva que tienen los seres humanos ante las distintas circunstancias que le acontecen en su vida. Su existencia en sus diversas variantes ha sido motivo de debate desde la antigüedad, sobre todo desde la perspectiva de la ética. En efecto, una de las características principales de la misma es el hecho de que son de gran relevancia a la hora de considerar el comportamiento humano, comportamiento que en ocasiones puede ser socialmente aceptable y en ocasiones puede ser socialmente inaceptable. Hoy en día, no obstante, este tipo de consideraciones tienen lugar sobre todo en el plano de la psicología.

Las emociones son tendencias que nos hacen escapar de una situación o buscarla, intentar eliminarla o valorarla. Así, en las mismas pueden agruparse diversas sensaciones primarias como el miedo, el enojo, y el deseo. En algunas ocasiones son tan fuertes que ciertamente pueden afectar enormemente nuestro comportamiento. No obstante, no siempre las mismas son racionales y es por esta circunstancia que siempre han sido fuente de debate. En la antigüedad fue Aristóteles el filósofo que con mayor lucidez refirió a las mismas; en su “Ética a Nicómaco”, el filósofo pone puntos esenciales en lo que se referirá a las emociones como inclinaciones que deben estar subordinadas a la razón. Así, la emoción no es buena ni mala en sí misma si no solo en función de la orientación de la misma, es decir, considerando las mismas sirven para que el hombre se realice o no.
Ciertamente, las emociones pueden ser un impulso en nuestra vida que nos lleve a acometer y tener éxito en grandes tareas, pero también pueden llevarnos a experimentar fenómenos que nos limitan enormemente. Un claro ejemplo de emociones que sabotean nuestra vida puede ser las que se relacionan con las fobias; en las mismas se experimenta un miedo irracional ante un evento o hecho que carece de importancia, que no entraña ningún peligro. En estos casos puede suceder que necesitemos la ayuda de un profesional que nos oriente en las intrincadas relaciones que urdió nuestra mente para que este tipo de fenómenos se manifiesten con tanta fuerza; por el contrario, un fluir natural de nuestras emociones puede ser una base para una vida plena en todo sentido.

José G. Román 





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